lunes, 8 de noviembre de 2010

Salté, en la caída encontré su mano, me aferré a ella, tenía miedo.
El me lleno de esperanzas, me zambullí en ese oscuro y desconocido lugar. Seguía sintiendo su mano junto a la mía, afrentándome, dándome calor.
Ahí abajo todo era hermoso, era exótico, nuevo para mí. Era un paraíso.
Su mano se debilitó, me soltó poco a poco, la corriente lo llevó.
Mi cuerpo necesitaba oxígeno, salí de aquel paraíso a recuperar aire. En la superficie no había nadie, era un desierto.
Después de tomar aire volví a zambullirme, ahora era un lugar horrible, oscuro, solitario. Estaba sola, a el se lo habían llevado y no volvería.

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